salí a caminar
tranquilamente desesperada,
a tomar aire fresco.
Me topé con esos personajes
que tienen tres colores
y me dicen si cruzar o no.
Me metí en un tumulto de gente
pensando poder encontrar algo interesante,
lo cual no sucedió.
La brisa acariciaba bruscamente mi cara,
y cada tanto me hacía cosquillas.
El sol estaba jugando a las escondidas,
y la sombra fue justamente mi soledad.
Vi una plaza a lo lejos
y pensé rápidamente volar hacia ahí.
Me tentaba saber que podría encontrar.
Iba en camino, cuando tropecé.
Miré hacia abajo,
pude ver que mis cordones no estaban en su lugar.
Maldecí haberlos comprado.
Maldecí haberlos comprado.
Los até bien fuerte para prevenir un nuevo tropezón.
Cuando me pongo de pie,
un bruto alocado me lleva puesta,
fue ahí cuando lo miré
fríamente para que se diera cuenta
de lo que había hecho.
El tipo pidiendo disculpas,
las cuales no servirían de nada,
porque su mirada me impactó.
(...)
Me invitó un café,
en un barcito a la vuelta de la plaza.
A la noche llegué a mi casa,
agradecí a los cordones
y pensé en que no visité la plaza,
eso sería una buena excusa para encontrarlo nuevamente.